La rosa del desierto

La guerra de Siria dura años. Es lo que lleva el país desangrando civiles. Es como cuando estalla un proyectil. Los gobiernos recogen los destrozos para hacer con ellos un protocolo de oscuros intercambios e intereses. A los partidos políticos les resulta muy provechoso para hacer propaganda. Incluso tienen magníficos publicistas que trabajan en tiempo record para hacer carteles y slogans. Los demás nos inundamos de demagogia y de reflexión improductiva y tardía. No es fácil adivinar que las orillas de las calles de Siria están llenas de cadáveres de niños, flotando en sangre desde hace cuatro interminables años. Lo que realmente hay que evitar es que abandonen un país donde han crecido y han visto crecer a sus hijos, hacer que tengan una vida buena en el país donde desean casarse, amar, educar a sus hijos, ser enterrados.
No es una guerra civil. Es una invasión hacia los civiles.
El proyectil hay que desactivarlo en sus calles y evitar que recorran vías de tren con bolsas de plástico o se hinchen en las orillas del mar.
Aún recuerdo la guerra de la ex Yugoslavia. No recuerdo que nadie se movilizara durante el conflicto. En Siria queda la falsa esperanza de Asma Al Assad, vestida de negro, consolando a las víctimas. La reina a la que llamaron en su día » La rosa sangrienta del desierto».
Creo que hay que estar muy pendientes de todas las guerras, muy vigilantes para poder hacer en el momento que hay que hacer. Nos toca responsabilizarnos de todo esto porque no lo hicimos en su día y porque son seres humanos, nuestros seres humanos. Dar escuelas, trabajo, sanidad y compañía de verdad. Y desactivar guerras, que es lo verdaderamente útil y humanitario.