Sun Tzu, estratega chino, escribió hace casi tres mil años el bellísimo tratado El arte de la Guerra.
Tenía como primera regla conocer e identificar al enemigo. ¿Podríamos responder básicamente a esto? ¿Quién eres tú que vienes a matarnos? ¿ De dónde regresas? ¿Dónde has crecido? ¿Has amado? ¿ Quién te instruyó realmente?
Tzu nos animaba a utilizar el orden para enfrentarnos al desorden y utilizar la calma para enfrentarse con los que se agitan. Esto es dominar el corazón.
¿Estamos preparados para conocer la verdad? ¿Hemos exigido a los gobiernos que nos expliquen, con palabras sencillas, dónde estamos y por qué? ¿Exigimos que asignen a líderes verdaderamente preparados para la defensa?
¿Debemos ser salvados para considerar a los héroes, héroes?
¿Estamos explicando a los niños y a los jóvenes la fascinante diferencia entre las religiones y las razas? ¿Les diferenciamos a los enemigos ?
¿Nos hemos preocupado por analizar la ausencia de miedo? ¿En qué debería consistir nuestra fortaleza? ¿Saber que un eslogan es toda una filosofía que necesita años para afianzarse y ser eficaz?
Todo conflicto sangriento es una oportunidad para el refuerzo moral. No deberíamos hacer de los actos de barbarie, un ímpetu pasajero. Deberíamos defendernos donde ellos no atacarán y blindarnos en una sociedad lúcida, no turba, crítica y capaz de distinguir a los verdaderos enemigos y a sus mentirosos aliados.
Y una vez que aceptemos conscientemente el riesgo y la incertidumbre e intuyamos que la verdad que se nos cuenta es vagamente confiable, ¿qué haremos con ella?