Cuando un primate finaliza una pelea, la víctima alza los brazos y los abre en busca de tranquilidad. Necesita ser abrazado o palmeado, asegurarse de que el vínculo con los demás individuos aún existe a pesar del enfrentamiento. Así lo cuenta Jane Goodall. Después coloca una mano sobre la mano de otro individuo para recibir consuelo. La comunidad le presta atención, lo percibe. De esta manera consiguen restaurar la armonía de nuevo.
Es una inquietante idea de la continuidad. Su lealtad a la supervivencia es un acto de fervor hacia ellos mismos. La paciencia con la que defienden la Tierra, el refuerzo de un vínculo natural. Los hemos dejado solos en la lucha. Sin capacidad cerebral para crear un futuro, debieron entender que un cerebro tan sofisticado como el humano encontraría la manera de no sentir compasión y hacerse, por tanto, traidor y mortalmente ajeno.