En teatros en Kerala, los Kathakali, se protegen con bastidores de madera y personal vigilante la entrada a los pasillos que comunican con los camerinos y donde los trajes de la representación son custodiados. Son los mismos trajes que los espectadores reconocen función tras función pero para el actor constituyen una nueva ofrenda, un respeto a esa capacidad, que presupone siempre en el ser humano, por sorprenderse. Una capacidad que es un desconocido y poderoso motor de supervivencia.
Para mí todo lo que se configure como un acto de creación artística que implique alguno de los cinco sentidos, debería pasar por la discreción, por aquello de que todo lo grande se gesta en el silencio. Toda creación debería aparecer de repente, como una fiesta sorpresa. Echo de menos en la creatividad, y sobre todo en la literatura, esa paciencia y esa intención por ocultar la propia creación hasta que se dé por finalizado ese trabajo laborioso, costoso y oculto. Esa protección a lo que uno hace en solitario. No contar nada mientras uno elabora. Eso implica el silencio de ambas partes y por tanto el encuentro será más necesario.